viernes, 24 de febrero de 2012

En el punto ciego de tu nuca desaparecieron todos los restos de la mañana...





Tu forma de despertar fue simplemente adecuada. Adecuada al tamaño escueto de mi cama y a la fragilidad inexperta de mis manos. Te pregunté si querías un café y me dijiste que no querías volver a verme. Yo sólo tuve reflejos para hacer café para dos y mirar por la ventana. La manera de entrar al coche era el apellido de todos tus remordimientos. La tapicería de tu asiento disfrutaba del esquema de tu cuerpo de un modo parecido al mío.
Sé de sobra que no vas a volver a llamarme (no me pediste el teléfono). Que no preguntarás por el colgante que dejaste enrollado en el tirador de la ventana ('para que no se rompa'). Pero lo mejor de todo es que sé que no vas a poder evitar sonreír en el intermedio de una escena desenfocada. Como celebrando un ritual íntimo de memorias y cuerpos. Me dijiste que quitara el foco, que no estábamos preparados para hacer ese juego de sombras chinescas sobre la pared. Yo te dije que no había ningún foco.
No podemos ser más culpables.




Francisco Mateo Cano